Dila por Dios que me espere
que no soy nadie sin ella
que mi corazón se muere
en una profunda huella.
Que cada estrella es su imagen
y cada luz su mirada
y que mi respiración
sin ella no vale nada.
Tus labios medio resecos
como una triste balada,
tu cabeza reposabas
en una almohada mojada.
Yo apretaba tus manos
y llorando te miraba
y volvía a decir a Dios:
yo sin ella no soy nada.
Si lloras, lloro contigo;
alégrame tu contento;
lo mismo que sientes siento,
¿y me llamas mal amigo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario